Don Angel Bolívar Sánchez, un hombre de machete y garabato. |
Don Angel se da modos a juntar la poca agua que sale de una vertiente |
Estas pequeñas casas, en la escarpada montaña, son parte de Abañín |
Don Ángel Bolívar Sánchez Asanza es un agricultor y ganadero de machete, garabato y con su inseparable sombrero de paño. Cuida sus pocas vacas que le proveen leche, y trata de cultivar en la poca feracidad de las escarpadas tierras de Abañín, una inhóspita y alejada parroquia perteneciente al cantón Zaruma, provincia de El Oro, fundada en 1957.
Los ancestros de Don Ángel son de la parroquia de Salvias (Zaruma). De ahí fue mi abuelo, dice con nostalgia. Probablemente su abuelo fue parte de los judíos (sefarditas) conversos que vinieron de España huyendo de la Inquisición, pero que tampoco tuvieron paz en estas nuevas tierras. Desde la colonial Loja, en el siglo XVI, muchos de estos descendientes de sefarditas huyeron, llegando algunos a la antigua Zaruma y se adentraron en sus bosques primigenios.
Don Ángel es todo un personaje en Abañín. Cuando se trata de gestionar algo en beneficio de su pueblo deja lo que tiene que hacer, cambia sus botas por zapatos y camina desde el sitio La Unión hasta el centro poblado, aproximadamente una hora. El es parte de la llegada de la carretera en la década del setenta.
Viaja constantemente a Pasaje y Machala, y rara vez a Zaruma, donde también dice que tiene amigos que le dan alojamiento y comida. Tiene en la boca el dicho “Manos que dan reciben”. También es testigo de cómo se han ido secando las vertientes de agua. “Tenía unos cinco años y aquí cerquita, en el cementerio, corrían arroyos de agua”. Ahora en Abañín apenas hay unos ojos de agua o resumideros para consumo humano, y se puede considerar que es la primera parroquia de El Oro que ya no tiene vertientes. El agua, a través de un sistema entubado, la traen de muy lejos y también tienen menos caudal.
Expresa que le gusta conversar con gente instruida porque aprende mucho para poder en práctica en su vida. Por ello es desenvuelto y tiene mucha franqueza al hablar. Le da igual sea el Presidente de la República, juez o abogado que conversa de igual a igual. No está por las ramas sino que con frontalidad expresa lo que le incomoda. Desprecia los actos de corrupción. Alguna vez estuve en un Juzgado de Pasaje (El Oro) por unas vacas que me las mataron unos cuatreros. En pleno juzgado ardió Troya porque les dije que eran unos corruptos, a todos, incluido el juez, recuerda.
Don Ángel es un cultivador de la copla, de aquel género popular casi perdido. En pocos minutos, en el corto trecho de La Unión a Abañín, nos declama en alta voz unas coplas de amor, otras de desamor; a la ingratitud…
Este hombre tiene muchas cosas que contar. Con mucho humor relata aquel episodio de los puñetes a un Policía por un asunto de tierras que lo llevaron a la cárcel, pero que fue la ocasión para comprar un terreno de varias hectáreas en apenas cuatro dólares, es decir unos 100 mil antiguos sucres.
Casi todos sus hijos viven en las grandes ciudades, pero Don Ángel Sánchez, junto a su esposa, se aferra a su Abañín, casi sin agua ni bosques. Para sus adentros él dice: “A los viejos nadie nos saca de acá”.